miércoles, marzo 17, 2010

El centro de Guadalajara

Algunos de los lugares emblemáticos de mi preparatoria no necesariamente se encuentran dentro o cerca del edificio donde se ubica. Gracias a la cercanía de una estación del tren ligero, podía llegar rápidamente a distintos lugares. Uno de estos era el centro de la ciudad.

Ruido, gente, velocidad, suciedad, movimiento. Lugares, personas y edificios.

Guadalajara ha dejado de ser aquella ciudad provincial de las rosas, para convertirse en un eje del occidente de México. Malos gobiernos han hecho en ella aumentar el caos. Sin embargo, conserva ese piso a cuadros rojos y blancos.

¿Un piso? Podría significar mucho más de lo que uno creería. Lo primero que llega a mi mente, de mi infancia en cualquier calle del centro, son esas baldosas. Después de todo lo que nos guía al pasado siempre son los recuerdos. Estas son parte de los míos. Rojo, blanco, rojo, blanco. Cuadritos chico dentro de un cuadro grande.

En la preparatoria, mis amigos y yo íbamos a distintas parte de la ciudad. Fuimos a plazas, a parques, a fiestas, a casas de algunos de ellos. Pero donde se han atesorado los segundos de valía, ha sido en el centro.

Aunque solo fuera a buscar un artículo, no perdía la oportunidad. Salir del tren en la estación Juárez y correr, correr para alcanzar el siguiente que salía en la linea dos. Policías no importaban, y ese pasillo que contiene pinturas lo pasábamos de largo. Entrar al vagón, y reírse porque todo era para alcanzar solo una estación: Plaza Universidad. Para salir, ¿por arriba o por abajo? Que más daba, volvíamos a correr. Y al salir al exterior, reírnos nuevamente. Luego, quién sabe que más seguía, puede que yo solo iba de chismosa a ver que hacían los interesados en aprobar una materia.

Realmente es difícil explicar la alegría que me daba caminar por López Cotilla pasando por donde venden libros usados. Ver a las personas, sus caras, lamentablemente siempre neutras o infelices. Pero a veces te topabas con alguien con una sonrisa de comercial, entonces también sonreías. Los comercios, la Biblioteca Iberoamericana. Sentarse en una banquita viendo pasar la vida. Contar las grandes confesiones de una corta vida. Gritar de alegría por una buena noticia. Caer en el pavimento. O en un hoyo. O sobre una persona. Afortunadamente no debajo de un carro o un tren urbano.

Tal vez tenga que ver con la idea que tenía concebida en la niñez sobre los jóvenes que solían estar ahí. Los veía tan felices, y yo esperaba mi momento de estar en su lugar. Llegó y lo disfruté; comiendo un cuernito, o tomando un helado.

Hay lugares que siempre invocarán buenas épocas, y mejor aún, todavía tienen suficiente espacio para guardar buenos momentos.

1 comentario:

Armando Galvan Hernandez dijo...

Muy bueno, es verdad hay lugares que despiertan nuestros y muchas veces nos traen una sonrisa por aquellos dias que soliamos disfrutar, de hecho a veces no es necesario ir tan lejos pequeñas cosas pueden traer de nuevo aquellos buenos momentos a nuestra mente, me parece un muy buen post, sigue asi :)